Fotografía de Manuel Fuentes
Quintay
El mar embravecido fue testigo.
Escarpado el cerro se despeña en rocas sueltas,
blanca estación de gaviotas que un día
de los despojos vivieron. Inocentes.
El viento ruge
trayendo del ayer el eco
del gemido de un gigante herido.
La rampa de antaño hiede aún a sangre fresca
y pasos caminan sin pisar
por no borrar las huellas.
Y la ola,
ya no lame, de imponente ballena, los ijares
por arpón avieso traspasados.
No se encanta el oído con el canto
que al hijo llamaba arrullando...
sólo se escucha el fantasmal lamento
en lágrimas de ámbar por su cachalote muerto.
Sobre el montículo de ruinas, pequeñas flores
apenas crecen, reptando
enroscadas en sí mismas
no quieren ver el mar, no miran la luz
ni descansan a la sombra de una estrella.
Sólo viven del recuerdo
de las ballenas muertas.
* Poema a las ballenas muertas : En la zona central de Chile, en una caleta de nuestra costa porteña, llamada ‘Quintay', hubo hace ya muchos años, una ballenera muy grande. Recibía en sus instalaciones, barcos-factoría de distintos calados, que terminaron por hacer desaparecer absolutamente la población de estos inocentes mamíferos gigantes en nuestras costas. Hace poco más de dos años atrás, visité las ruinas de estas instalaciones y un museo que muestra los distintos modos de sacrificarlas, fotografías de sus cadáveres y las estadísticas de ejemplares muertos y faenados. Regresé silenciosa y dolida a mi casa y no hallé mejor manera de expresar este sentimiento que escribir este poema que te adjunto, homenaje póstumo a las ballenas del mundo.
Patricia Benavente Vázquez
Viña del Mar, 11 de abril de 2005
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