jueves, 12 de marzo de 2009

EL CABRITO


Fotografía de Manuel Fuentes
Está tomada en el Monumento Natural de Los Ajaches.
EL CABRITO

Tiene el cabrito al nacer,
menos carne que un silbido.
No hay quien lo quiera comer.
Debe quedar al calor
y al cuidado de la madre
que mame lo que le cuadre
cuanto más tiempo mejor.
Y cuando ya está gordito
se le retira la teta
y se busca una receta
para este plato exquisito.
Puede prepararse frito
con sartén o a la parrilla
que es la forma más sencilla
de cocinar el cabrito.
Pero el que yo más prefiero
de todos los que he probado
es el cabrito adobado
hecho al estilo "gomero".
Con mi verso mal escrito
voy a dejar su receta.
La más sabrosa y completa
para guisar un cabrito.
El adobo verdadero
se prepara en un caldero
en hondilla o en lebrillo
y se mezcla con esmero
ajos, azafrán, tomillo
perejil, mojo palmero
laurel, pimienta quemona
vinagre, cebollas, vino
y apenitas de comino.
Con las hierbas de la zona
un buen puñado de sal
pero no más de la cuenta
y unos granos de pimienta
verde o negra que da igual.
El conjunto hay que bañar
con buen aceite de oliva
y el éxito sólo estriba
en saber dosificar.
Luego en el mismo caldero
el cabrito ya partido
se dejará sumergido
al menos un día entero
en el adobo bañado.
Se le da al baifo un hervor
revolviendo con cuidado
para que agarre el calor
hasta que quede dorado
el adobo que ha menguado.
Se fríe en una sartén
y se revuelve también
hasta dejarlo refrito
y luego en un santiamén
se esparce sobre el cabrito.
Y que usted lo pase bien.
Para terminar espero
que haga bien la digestión
y si el cabrito gomero
no le dio satisfacción
puede conservar el cuero
y hacer con él un zurrón.
El cabrito es un poema de Tadeo Casañas Reboso, ‘el sabio de El Hierro'.

QUINTAY

Fotografía de Manuel Fuentes

Quintay

El mar embravecido fue testigo.

Escarpado el cerro se despeña en rocas sueltas,

blanca estación de gaviotas que un día

de los despojos vivieron. Inocentes.

El viento ruge

trayendo del ayer el eco

del gemido de un gigante herido.

La rampa de antaño hiede aún a sangre fresca

y pasos caminan sin pisar

por no borrar las huellas.

Y la ola,

ya no lame, de imponente ballena, los ijares

por arpón avieso traspasados.

No se encanta el oído con el canto

que al hijo llamaba arrullando...

sólo se escucha el fantasmal lamento

en lágrimas de ámbar por su cachalote muerto.

Sobre el montículo de ruinas, pequeñas flores

apenas crecen, reptando

enroscadas en sí mismas

no quieren ver el mar, no miran la luz

ni descansan a la sombra de una estrella.

Sólo viven del recuerdo

de las ballenas muertas.

* Poema a las ballenas muertas : En la zona central de Chile, en una caleta de nuestra costa porteña, llamada ‘Quintay', hubo hace ya muchos años, una ballenera muy grande. Recibía en sus instalaciones, barcos-factoría de distintos calados, que terminaron por hacer desaparecer absolutamente la población de estos inocentes mamíferos gigantes en nuestras costas. Hace poco más de dos años atrás, visité las ruinas de estas instalaciones y un museo que muestra los distintos modos de sacrificarlas, fotografías de sus cadáveres y las estadísticas de ejemplares muertos y faenados. Regresé silenciosa y dolida a mi casa y no hallé mejor manera de expresar este sentimiento que escribir este poema que te adjunto, homenaje póstumo a las ballenas del mundo.

Patricia Benavente Vázquez
Viña del Mar, 11 de abril de 2005